Un terreno peligroso
Cuando vi la noticia y luego escuché a Bill Gates, el filántropo por excelencia, hablar sobre lo que titularon There is Something Perverse in College Ratings, me decidí a escribir sobre un tema que me viene preocupando desde hace bastante: las estadísticas aplicadas a la educación.
Como educadora, he recibido durante años los reportes de resultados de las pruebas de tercer ciclo (ya inexistentes) y de bachillerato. En ellos aparecen datos sobre aquellas áreas en las que los estudiantes mostraron mayor o menor debilidad o, por el contrario, superaron la media nacional. Como docente, durante algún tiempo, me preocuparon mucho las áreas débiles, y hacia ella enfocaba mi atención el siguiente año. No reflexionaba sobre el hecho de que la generación evaluada ya había salido del proceso, y la que seguía, era muy distinta. Entonces, los siguientes resultados podían o no ser distintos, no en relación directa con las variaciones de mis clases (que podían ser mejores o no), sino por el hecho en sí de que estaba tratando con otras personas, con otras destrezas e intereses.
Actualmente, los datos suministrados por los estudios del MEP aparecen más «sofisticados», y reciben el nombre de niveles de desempeño, como por ejemplo, en razonamiento, aplicación de conceptos, comprensión, etc. Son análisis exhaustivos y rigurosos, pero siguen siendo datos de la generación que ya se fue. Mi pregunta es, ¿hasta dónde puedo yo extrapolar estos resultados, sin valerme, a mi vez, de probabilidades?
¿Será entonces que esos datos sirven para evaluar a los profesores? Y si es así, ¿hasta dónde lo conseguirían?
Y para seguir hablando de estudios estadísticos de moda, puedo referirme a los que aparecen en un periódico de amplia difusión en nuestro país, el cual, en su versión digital, pone a disposición una aplicación interactiva que permite conocer la trayectoria de los colegios públicos y privados en cuanto a probabilidades de ingreso a la Universidad de Costa Rica. Al azar, ingresé a uno centro educativo de la zona rural, y las probabilidades eran…cero. Las notas alcanzadas por esos estudiantes en el examen de admisión de la UCR se mueve entre los 50 y los 40 puntos. La verdad, si yo fuera estudiante de ese colegio, el grado de motivación, no digamos para ganar dicha prueba, sino para asistir a clases, estaría muy cercano al número de estudiantes que ingresan a tal universidad, es decir, cero. ¿Entonces, a qué conducen estos números? ¿Cuál es el objetivo de este tipo de publicaciones? ¿Provocar emigración estudiantil? ¿Hacer desistir a quienes tienen ese colegio como única opción? ¿Motivar a los profesores y a los estudiantes a mejorar? ¿En qué mundo?
Por otro lado, en medio de la lluvia de datos, los nombres de los colegios que se destacan por los resultados, también se han divulgado con bombos y platillos. Serán montones los que deseen ingresar a ellos, los padres estarán dispuestos a realizar cualquier tipo de esfuerzo por matricular a sus hijos ahí, los jóvenes que lo logren estarán altamente motivados, así como sus tutores y profesores. Esto a su vez, garantiza, casi automáticamente, el éxito. Las notas de admisión serán superiores y la UCR llenará sus aulas con los mejores estudiantes del país, seguida por el resto de instituciones de enseñanza superior que, en un orden extrañamente establecido, absorberán gradualmente según se vayan desgranando los estudiantes a lo largo del proceso de admisión.
Emulando a Gates, yo me pregunto en dónde queda la labor de tantos y tantos centros educativos, los cuales, sobrellevando enormes dificultades de todo tipo, logran que la mayoría de sus estudiantes ganen el bachillerato. Estudiantes problemáticos que vienen de hogares problemáticos, estudiantes con deficiencias físicas, mentales o emocionales, por citar algunas, que logran graduarse. Esos centros educativos ni siquiera se nombran a la hora de divulgar informaciones, y, sin embargo, están cumpliendo una labor valiosa.
Ávidos de resultados, de dinero y prestigio social, hemos perdido la perspectiva. Para que una sociedad funcione, necesitamos gente que se desempeñe eficientemente en múltiples áreas, gente contenta con lo que es, adiestrada como debe ser, ayudando a crear una economía sana en medio de una sociedad satisfecha consigo misma.
Por eso hablo de que aplicar las estadísticas en educación, es adentrarse en un terreno peligroso. Se ha llegado a tales extremos, que diferir de ellas, sin aportar a su vez otras, carece de validez. Con esta actitud, se acallan otras voces, quizás las de la experiencia, que manejan otro tipo de realidades. Como ejemplo, puedo citar lo que me pasó hace pocas semanas en un taller para profesores de Español. En determinado momento, no estuve de acuerdo con una de las asistentes, quien aseguraba que a los estudiantes no les gusta la poesía, no acceden a ella, y mucho menos la escriben. Conté mis experiencias, contrarias a las de ella, y se mostró muy molesta por mi atrevimiento, pues ella hablaba «basada en estadísticas del MEP que la acuerpaban», mientras yo no. Creo que con eso pretendía anular mi intervención.
Esto de los números genera consecuencias como la loca carrera por los primeros lugares de un ingreso a la UCR, el cual, sinceramente creo que se ha mitificado. Si no lo logras, sos un perdedor, y si lo consigues, sos lo máximo. Ninguna de las afirmaciones anteriores es, necesariamente, cierta. Hemos caído en hybris, es decir, en un exceso. Lo he dicho en otros artículos y lo seguiré repitiendo: es una verdadera locura. En un afán de alcanzar esos estándares de ingreso y de notas de bachillerato, se ha llegado a saturar a los jóvenes con todo tipo de excesos como cursos de nivel universitario en algunas materias como Matemática; o por el contrario, llegan a excluir del currículo materias «innecesarias» como Música, Arte, Educación Física y Religión, con lo cual se engorda el conocido «currículo oculto»; también esto aumenta la posibilidad de que un estudiante, con tal de pasar la materia, caiga en manos de algún profesor inescrupuloso; esto sin dejar de lado la aparición en edades tempranas enfermedades de adulto, como la gastritis, la colitis, el insomnio, generados por es estrés, o el alcoholismo, el tabaquismo o el uso de drogas como la marihuana o la cocaína.
La cuestión es preguntarse adónde está la raíz de todo esto, ¿es el profesor, el alumno o el Estado? ¿Adónde iremos a parar si no se reformulan los criterios de pertenencia, bienestar, crecimiento personal y salud emocional?
Mientras muchos profesores se debaten en cómo motivar a los estudiantes a aprender, a que le tomen el gusto a la lectura, a que respeten su país, a sus mayores y a sí mismos; a que convivan con las diferencias, a valorar la paz y a conocer sus potencialidades para lograr desarrollarlas; por otro lado les estamos diciendo «vean este colegio, nunca, casi nunca o pocos se gradúan y menos ingresan a la UCR según se ha comprobado estadísticamente». Esto los convierte en … La pregunta es en qué. ¿Qué soy si no logro todo lo que dicen que es igual al éxito académico = mejores colegios = UCR y similares? ¿Qué pasa si no soy estadísticamente significativo?