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Violencia en el aula

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El iceberg de la violencia

Cada vez crece más la preocupación por la violencia entre los niños y los jóvenes. Tal vez, nadie mejor para testimoniar esto que los profesores, quienes son los  acompañantes por horas y horas de este sector de la población, a veces,  durante más tiempo que los mismos familiares.

Pero, echemos un ojo a los comportamientos habituales en clase o en los recreos:   “¿Necesitas un lápiz?”…  ¡allá te va!, y el proyectil es lanzado inmisericordemente al necesitado, quien, con gran alborozo, trata de atraparlo en el aire. “¿Quién me presta un borrador?”, grita uno desde la otra esquina del aula, “¡Yo!”, ¡y allá te va el otro proyectil, en medio de un estallido general de risas!  “¿Viste? ¡Ganamos el partido!”, y allá te va un buen golpe que hace perder el equilibrio al desafortunado ganador, que, sin pensarlo dos veces lo devuelve… ja,ja,ja, todos celebran los ires y venires de golpes y palabras soeces.  “¿Qué pasa aquí?”, ruge la voz del profesor. “¿Qué estás haciendo, Pedro, por qué estás empujando a Juan?” “No, profe, tranquila, si estamos celebrando el gane.” “Entonces, ¿por qué se están pegando?” “Es que somos muy amigos.” Poco antes, esa profesora u otro docente compañero suyo, ha preguntado en clase:  “¿Por qué le tiras el lápiz a tu compañera, (el borrador, el libro, el tajador) si se lo puedes dar en la mano?” “Tranquilo, profe, es que si me levanto usted me anota.” Risas del emisor y de los espectadores (menos del profesor). En otro momento por ahí, una muchachita le pide ayuda a un compañero, “No entiendo este ejemplo, ¿cómo se hace?”, “No sé, yo tampoco entiendo”, le contesta el  compañero, indiferente. “¡Explíqueme, no se haga el tonto, si veo que ya lo está terminando!”, le reclama la muchacha, quien ya le asestó un golpe en el brazo, el cual le hizo saltar al suelo el lapicero. “¿Qué le pasa? ¿Por qué me tira el lapicero?”, le dice el otro, quien a su vez no pierde la oportunidad de lanzarle una patada a la joven, con toda intención, mientras se agacha a juntar el lapicero. “No me patee.”, le reclama ella, con el ánimo encendido, e impulsivamente, le raya el cuaderno, haciéndole una gran marca al trabajo de él. “¡Eh, vea lo que le hizo a mi cuaderno!”, le dice mientras le arruga la práctica a su compañera y la lanza al suelo. “¿Qué están haciendo ustedes dos?”, interviene ya el profesor, “¿Por qué están jugando con la práctica?” “Es que ella me rayó el cuaderno, profe, vea.” Y le enseña el feo rayonazo. “Yo no fui.”, afirma la agresora, con una linda carita de ángel. “No peleen y sigan trabajando.  De otra manera, mañana no vamos a ver la película.” Todos saltan de sus asientos, “la película” se convierte en ese espacio mágico y maravilloso que suena a “no hacer nada”, el mismo que en la mente del profesor suena “¡Cómo les gusta esa técnica didáctica tan atractiva que es utilizar el cine para los objetivos del aula!” y le ayuda a olvidarse del pequeño incidente entre los muchachos.

La punta del iceberg se ha asomado.  Pero, como exploradores entusiastas, tratemos de averiguar qué hay más adentro, agachémonos de manera que nuestro oído pegue al suelo e intentemos escuchar de qué manera ese iceberg tan quieto e imponente, está vivo y tiene un lenguaje profundo, muy profundo.   Resulta que el profesor, o la profesora, (usemos el género gramatical que no intenta  rozar esas tan actuales  sensibilidades que nos obligan a complicarnos con las y los, ellos y ellas, etc.), alegremente, cual pastor con su rebaño, inicia la proyección de la película mientras sus polluelos se picotean unos a otros por alcanzar el mejor lugar (llámese suelo, silla, mesa, etc.) sin respeto alguno a las mínimas reglas de urbanidad.  En fin, volvamos a la película.  Se inicia:   es la vida un minero.  Las acciones transcurren lentamente, en un juego de claroscuros alucinante, la música (tétrica) invade el salón.  Los personajes, sucios y desarrapados, se mueven en la pantalla reflejando la tragedia de los mineros, absorbidos por la cruel mina y el desalmado capataz, quien los maltrata y no les paga el salario debido.  El profesor está que llora, desfallecido de ver (por enésima vez) aquella impresionante realidad.  ¡Ay, si la cámara enfocara el rincón de atrás, o el de la izquierda, o la segunda fila, donde los estudiantes, hartos algunos de que no se muera nadie y de que no hayan asesinado al capataz a punta de ametralladora, idean sus propias armas y se molestan unos a otros con toda clase de instrumentos punzantes como lápices o reglas, o, ingeniosamente, se han hecho de una hoja en donde dibujan al capataz panzón que yace muerto mientras uno de los mineros se le sienta encima. ¡Qué serie de risitas sofocadas se despiertan por todas partes, mientras el profesor, embebido en la escena donde la madre muere, ya no escucha más que sus pensamientos!  Otros, más sosegados, duermen sin que ya nada los despierte sino el timbre de cambio de lección.  Un par de sesiones dura la película.  Al terminar, el profesor empieza a lanzar preguntas sobre qué les pareció la película, si les gustó, qué les pareció la trama, la realidad terrible de los mineros explotados, etc.  A mí la película no me gustó, dice una chica atrevida. ¿Por qué?  Es que no entendí qué pasaba.  Yo tampoco. Ni yo. ¿Por qué el chiquito trabaja en la mina? La película era aburrida. ¿Por qué los mineros no hacían nada? ¡Yo hubiera explotado todo para que no hubiera mina! ¡Yo también! ¡Pum, plam, puf!  Los ruidos de las explosiones se extienden por el aula, a ver cual suena más fuerte mientras el profesor trata, en vano, de acallarlos. ¿Cómo que no pasa nada? ¿No vieron cómo aquella pobre madre se lanza al hueco desesperada? Y…. Pero profe, ¿por qué tenemos que ver películas tan feas? Profe, es que en esa película de verdad que no pasa nada, dígame una cosa, ¿el capataz al final se muere o no? ¿Por qué no llega el ejército, mata a los malos y salva a los mineros?, culmina brillantemente uno de los más callados.

Lo que pasa es que aquella película, seleccionada con cuidado por el docente, carece de violencia manifiesta, el ingrediente básico de la entretención, pues, al final de cuentas, ¿a quién se le ocurre, a los trece años de edad, que de una película se “aprenda algo”. Así, y por lo tanto, una película que “enseñe” (léase: evidencie, denuncie, muestre problemas sociales o económicos a manera de documental) es un bostezo.  Ya ningún joven quiere aburrirse con espectáculos aleccionadores, lo “mejor” son los filmes donde, todos contra todos, haya persecuciones, matanzas, explosiones, fuegos apocalípticos, carreras, vuelcos espectaculares, miles de balas desperdigadas sin ton ni son, algún histérico que requiera una buena bofetada para recobrar la cordura y, por supuesto, un héroe, un amor, un hijo que se salve, y alguna otra cursilería estereotipada que remueva fibras emocionales. ¡Qué horror!, grita el profesor, ustedes no entienden nada, dos horas gastamos viendo esta película y no entendieron ni pizca.  Es una barbaridad, carecen de sensibilidad, de sentimientos… no pueden entender lo que estaba pasando, algo tan terrible.  Lo que pasa es que ustedes viven en una burbuja, lejos de los verdaderos problemas, ustedes creen que la luna es de queso, ustedes…. ¿Ustedes?  ¿No estará el mismo profesor ejerciendo violencia sobre sus estudiantes agitado por una rabia celestial que lo induce a volcar su furia sobre los ahora asustados muchachos?

¿En dónde empieza y en dónde termina el círculo de la violencia?  Científicos asentados en la Antártida, estudian actualmente la dinámica de icebergs que son tan o más grandes que Europa.  Ellos se dedican a estudiar su comportamiento y, sabiéndose afianzados en un territorio que en realidad se está desplazando, apoyan su oído en el congelado suelo y escuchan, en medio de aquel terrible silencio que puede haber en el continente helado, el sonido que emana del centro de los icebergs.  Sonido que, escuchándolo, adquiere las dimensiones de una queja. Volvamos, entonces, a la escena en donde nos inclinábamos a escuchar esos sonidos del iceberg, el cual, con su inconmensurable masa, murmura, en una clave indescifrable, requiebros lastimeros, reclamos que evidencian nuestro necio empeño de seguir sordos a lo que pasa.  A negarnos a nosotros mismos que somos parte de esta trama que busca violentar a quienes, de otro modo, no conocerían la violencia.  Corre, ensúciate, resbala y cae.  Corrómpete, grita, grita tan alto que nadie sobrepase tus gritos, imponte sobre el resto, hazte sentir, aniquila, ridiculiza, no perdones, ábrete paso, empuja, destruye, no te detengas, no observes, no te deleites frente al silencio, haz ruido, ensordécete con la estridencia de música sin control, embelésate frente a lo grotesco, odia, repudia, alega, enriquécete con lo que puedas, arruina tu inocencia, mancíllala rápido, desecha cuanto puedas, contamina, olvida, sáciate de todo en el menor tiempo posible, no aguantes nada de nadie, si te casas, divórciate, si te divorcias vuélvete a casar, no tengas hijos, y si los tienes, que aprendan a defenderse rápidamente, que corran, se ensucien, se resbalen y caigan, que se corrompan, griten, que griten tan alto que sobrepasen tus gritos, que se impongan sobre ti, que se hagan sentir, que te aniquilen y te ridiculicen, que no te perdonen, que se abran paso, te empujen, te destruyan, que no se detengan, no te observen, no se deleiten frente a tu silencio, ya para entonces debido a tu vejez, que hagan ruido y te ensordezcan, que te muestren todo lo grotesco que han conseguido, que te odien y te repudien, ya para entonces habrán mancillado todo, te habrán desechado, no habrán tenido hijos, y si lo hicieron, que aprendan.

El iceberg, ese que siempre hemos creído mudo, habla, habla y sigue su ruta, se desplaza mar adentro, roto y desquebrajándose.  Ahí está, frente a nuestros ojos, se nos viene encima. ¿Cómo no podemos verlo?

¿Cuánto vale esa infracción?

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¿Cuál es el trasfondo de la conducta irresponsable? En tránsito y según lo publicado en La Nación hoy 26 de enero es el bajo monto de las multas. Pero, ¿no será más bien porque no hay una multa para cada persona y cada situación? Llegar a un parqueo y estacionar rápidamente ignorando al que ha estado varios minutos esperando con la direccional encendida, se hace… porque NO HAY MULTA. Tomar el lado izquierdo en una calle sabiendo que en unos metros esa vía dará giro solo a la izquierda, para lograr meterse en el carril derecho “a la brava”, como sucede todos los días en la carretera hacia Sabanilla por la rotonda de Betania, se hace… porque, digamos… NO HAY MULTA. Llegar a un semáforo en rojo (o a varios, según la ruta y la hora) y respetarlo como a un simple alto, es una conducta común, pero ¡yo sé por qué: es porque no hay un tráfico a la vista y por lo tanto… no hay multa! Transitar por el carril rápido en las autopistas a una velocidad de carril lento, se hace, ¡porque no hay multa! También ir a 120 por la misma autopista, jugando un nintendo de la vida real, ¡lindo!, es porque ¡no hay tráficos ni multa! Ignorar el semáforo en rojo de un paso peatonal como el de la Pops de Curridabat, pues claro que se hace porque… ¡no hay multa a la vista! Quedarse atravesado en la rotonda de la Hispanidad interrumpiendo el tránsito hacia San Pedro porque vas hacia Zapote…qué más da, porque ¡no te multan! O al bus que te presiona a dos milímetros de la parte trasera del carro para que, no sé, literalmente volés sobre la fila que tenés delante, ¿quién lo multa? Tal vez, quien te da un pitazo apenas el semáforo pasa a verde y, si no acelerás locamente, te pasa despacio al lado (se le olvidó su prisa) y te grita cualquier clase de improperios, ese tal vez dejaría de hacerlo si hubiera una multa de un monto adecuado para tal conducta inadecuada.

Seguir ignorando que somos un pueblo inmaduro e indisciplinado me parece necio. No hemos superado la etapa de la niñez durante la cual abríamos el bolso de mami a escondidas para buscar algún tesoro; o asaltábamos las galletas cuando no había “moros en la costa”; o dormíamos con nuestra mascota a escondidas u ocultábamos un vaso quebrado; todo porque nuestra edad no nos permitía comprender el porqué de los límites: las galletas debían alcanzar para toda la familia, el vaso iba a ser descubierto y en el bolso de mami podía haber documentos que no se podían extraviar.

Pero crecimos, es la ley de la vida. Sin embargo, no fue posible madurar socialmente nuestra conducta. No nos dimos cuenta de que vivimos en un mundo en el cual las reglas son necesarias y establecemos extrañas analogías en virtud de las cuales hacer trampa en un inocente juego de mesa está al mismo nivel que ignorar un semáforo o parquear en zona amarilla: ninguna de las dos conductas es incorrecta si nadie nos descubre. No me interesa el bien común, sino que el mundo marcha al paso de mis congojas. Si tengo prisa, un conocido se convierte en mi mejor amigo en la fila del comedor, con tal de adelantarme al resto. Compro mi tesis, copio trabajos, borro el nombre de otro y coloco el mío, cambio fechas de cheques, falsifico firmas, aporto facturas de compras inexistentes, engordo gastos, me embolso viáticos, copio en exámenes, aseguro haber cumplido con mis deberes sin haberlos hecho, aporto pruebas falsas, busco testigos que jamás vieron nada, huyo del lugar de los hechos, borro pistas, compro licencias, permisos, constancias, me enfermo estando sano, me hago el muerto o me hago el vivo según las circunstancias. Bailo al ritmo de cualquier son, siempre y cuando me convenga.

Señora viceministra de Transportes, peca usted de ingenua en su rápido análisis de lo que se vive en las calles, porque probablemente el taxista que se cita en la noticia, rápidamente pasará de acumular cuatro multas de 20 mil colones, a digamos cuatro de 40 mil y algunas más, tal vez 15, por conducir sin la revisión técnica al día, lo cual, probablemente, lo convertirá en un héroe en la cantina que frecuenta y de donde saldrá para seguir pecando. Al fin y al cabo, si lo logran pescar, los magistrados de la Sala Cuarta encontrarán el medio para que salga libre.

Mientras tanto, en las aulas, maestros y profesores luchamos por «educar en valores». Asistimos a reuniones, conversamos y planeamos la manera de lograr inculcar en nuestros educandos el valor de la honestidad, la tolerancia o del respeto. La sociedad nos ha encargado de ser los gestores de una ciudadanía ética y moralmente enaltecida, de la cual, por supuesto, todos los demás se desentienden. Uno va a la escuela para que lo eduquen, para que le enseñen, para eso existen los maestros, ¿no? En casa, en la calle, en las oficinas, los periódicos, las revistas, la internet o la televisión, todo ese conjunto de prácticas y vivencias en donde se desarrolla el individuo desde su más tierna edad, eso no, no educa. Fue hecho y existe en un mágico «universo paralelo». Solo así me explico que nadie se sienta responsable de lo que pasa, se repite y se recrudece ante nuestros ojos.

EXAMEN DE NOVENO vs PISA TIMMS II

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Me encanta que se haya eliminado el examen de noveno. Mi preocupación en este punto, para ser honesta, es económica. Y, en realidad, siempre lo ha sido. Insto al señor Ministro a hablar de números. ¿Cuál era el costo de los exámenes de noveno? ¿En qué se va a invertir ahora ese dinero? ¿Será que van a construirse las15 infraestructuras inexistentes de instituciones ya autorizadas? ¿Van a mejorarse baños, bibliotecas, pupitres, pizarras? ¿Se van a arreglar goteras, tapias, ventanas?

Por el momento lo que sé es que se va a incorporar a Costa Rica en las principales pruebas internacionales de evaluación de la calidad educativa: PISA y TIMMS. Vamos a dejar de compararnos entre nosotros, ¡qué avance! Porque compararnos entre nosotros nos deja, de por sí, atónitos. Mientras en las instituciones públicas el uso de la computadora sigue siendo un lujo (si no de adquisición, entonces de mantenimiento o, más allá, de actualización), en algunas instituciones privadas, el uso de laptop es obligatorio. Mientras en unos sueñan con una biblioteca, otros cuentan con las últimas obras literarias en inglés y español. Mientras unos cuentan con baños equipados con todo lo necesario y más, otros desean tener un inodoro decente. Mientras unos cuentan con video bean, video cámaras, cámaras digitales, televisores, computadoras en el aula y proyector de láminas, otros desearían tener una pizarra blanca para abandonar la muy tormentosa y humilde tiza. Mientras en unos los marcadores recargables van directo a la basura otros (de por sí afortunados porque tienen pizarra blanca) deben comprarse sus propios marcadores, borradores y potes de tinta para recargar los ya sin punta marcadores de cien leguas. Mientras en los centros privados el costo de las fotocopias se recarga a las mensualidades y se sacan cómodamente por miles, en los públicos solicitar fotocopias sencillamente es ”misión imposible”. Mientras los más afortunados disfrutan de libros de texto maravillosamente ilustrados, con guías para el maestro y hasta con las pruebas diseñadas, para el resto de menos afortunados contar con un libro más o menos decente es un lujo o hasta un recurso imposible. Mientras algunos profesores planean maravillosamente sus clases para 25 estudiantes, utilizando enlaces de internet, películas e innovadoras formas de “elegante” assessment, otros luchan por lograr centrar la atención de 45 estudiantes en la pizarra. Mientras en unos centros educativos los programas de matemática abarcan incluso los de niveles superiores o hasta universitarios, en otros, con otra clase se estudiantes, apenas desayunados unos o dopados otros, apenas si logran la mínima comprensión de los conceptos básicos. Mientras en unos centros educativos pupitres y escritorios nuevos son algo lógico, en otros la palabra pupitre aparece en la lista de los tres deseos al genio de la lámpara.

Así las cosas, señor Ministro, ¿qué se va a hacer con la plata? ¡Y por favor no me diga que tales recursos se van a encausar hacia la realización de las pruebas pim, pam, pum, porque me puede dar un ataque! Mejor quedémonos en nuestras comparaciones domésticas, saquémonos los trapos sucios, agarremos al toro por los cuernos y arreglemos este desastre. Por Dios, don Leonardo, lo que se pueda hacer es ganancia . Yo sé que usted quiere, entonces hágalo.

EXAMEN DE NOVENO vs PISA TIMMS I

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Al examen de noveno había que eliminarlo por muchas razones. Pero a la argumentación que aporta el ministro Garnier para sustentar la decisión del Consejo Superior de Educación se le escapan algunos puntos relevantes: la edad, el título de conclusión del tercer ciclo de enseñanza diversificada que se otorga, la situación económica intrafamiliar, los institutos que ofrecen una alternativa de rápida salida, los casos de adicción, alcoholismo,etc., así como padres o madres ausentes, divorcios, separaciones o violencia familiar. Vemos así, como numerosos muchachos sienten que ya están lo suficientemente grandes como para trabajar y tener su propios ingresos para lo que muchos consideran gastos superfluos pero que, para el adolescente, son de primera necesidad (jeans, tenis, objetos electrónicos, etc.). También, muchos padres de familia, agobiados por la situación económica de sus hogares, ven como sus hijos ya “pueden ayudar” con la carga y les exigen ubicarse en el mercado laboral aunque sea en empleos de segunda categoría o, padres más afortunados, optan por dedicar incontables horas al trabajo o hasta por dos trabajos, lo cual los convierte en padres ausentes. Por otro lado, el Ministerio otorga un título de conclusión del tercer ciclo que el muchacho puede presentar como respaldo para una solicitud de trabajo. El panorama de deserción se completa con los institutos que lanzan ofertas atrayentes en las cuales el adolescente encuentra una salida interesante para sus prisas y hasta para las exigencias de ingreso a algunas universidades, las cuales cada vez piden mejores promedios en las notas de décimo y undécimo. A todo esto, se suman problemas de drogas y alcoholismo, cada vez mayores en nuestra población estudiantil y de los cuales es posible que ni siquiera tengamos estadísticas que reflejen exactamente la realidad.

Es comprensible que en un estudio técnico como el que llevó a cabo el Consejo Superior, las variables antes enumeradas no sea posible abarcarlas, pero no deja de ser interesante evaluarlas.

Personalmente, me preocupa el hecho de que no toda la población estudiantil del país se siente atraída por el razonamiento abstracto, el conocimiento per se, o por adentrarse en el pensamiento crítico a través de la literatura. Recuerdo con simpatía a la sabia señora quien, levantando su mano frente a mí preguntó: “¿Ve estos dedos? No todos son iguales. Así son los hijos, ninguno es igual al otro”. Entiendo que uno de los objetivos de todo sistema educativo es homogeneizar a la población para que todos participen de ideas rectoras que faciliten la convivencia y el crecimiento en un país. Sin embargo, la ecuación se complica con el bombardeo diario al que se ve sometida nuestra sociedad en la televisión o en internet y en donde se observan cientos de situaciones de la más diversa índole, sin ninguna guía o restricción y sin que se evalúen sus contenidos en el núcleo familiar o escolar. Jóvenes y adultos, arrastrados lejos de los modelos que antes nos proporcionaban abuelos, padres, maestros o figuras públicas de indudable calidad moral, flotamos a merced de los vientos.

Si la eterna pregunta de “¿esto para qué me sirve en la vida?” ha tenido pocas o ninguna respuesta acertada, pareciera que ahora menos, porque hoy, como nunca, la vida es AHORA.

Ante esto, la deserción parece una respuesta lógica y el papel del examen de noveno, ¿cómo decirlo?, mínimo.