Desde que se perpetró el terrible atentado en contra de la vida de la educadora Nancy Chaverri Jiménez, directora del Colegio Montebello, no ha pasado un momento sin que yo eleve mi pensamiento y mis súplicas por esta educadora.
¿Quién de nosotros, educadores, no se ha sentido tocado, en lo más profundo? Creo que cada uno se siente identificado, en estos aciagos momentos, con Nancy. Ella, quien al ser atacada físicamente, hoy se encuentra postrada debatiéndose entre la vida y la muerte, también ha sido lesionada en su ser más íntimo y superior, pues su lesión fue causada por un alumno. Si partimos del hecho de que para una gran mayoría de los educadores, los estudiantes son como hijos, entonces lo que hizo este muchacho equivale a un matricidio. ¿Cómo sanar, entonces, estas terribles heridas, estas zanjas, que, como lo dice César Vallejo en una de sus poesías, son abiertas por verdaderos heraldos negros?
Para la Costa Rica responsable, para la Costa Rica serena, estos heraldos traen noticias abominables, traen espejos en donde se nos obliga a mirar rostros que no deseamos ver. Acarrean dolor e incertidumbre. Amenazan nuestra raíz más profunda, una raíz que, desgraciadamente, se está alimentando de aguas tóxicas.
Desde el punto de vista puramente educativo, y en específico, de la enseñanza privada, yo desearía, con fervor, que se estudiaran los currículos saturados, por cuyos laberínticos recovecos, los buenos estudiantes conocen, antes de tiempo, gastritis crónicas; en donde, desde temprano, algunos (esos estudiantes buenos y otros que no lo son) encuentran en el licor un rápido antídoto para el olvido transitorio de sus deberes (jamás conclusos) o de sus fracasos (a la orden del día). Eso si no en drogas (legales, como el cigarrillo, o peores). Todo bajo el auspicio del dinero paterno. Y por ese mismo laberinto caminamos los profesores, corriendo por cumplir el plan de estudios, pensando en nuevas estrategias, tratando de “ponernos al día” con la tecnología, obteniendo créditos académicos para mejorar salarios, etc. ¿A quién o a qué apunta esta loca carrera? No sé por qué, al final del túnel, y como respuesta a una pregunta aparentemente retórica, me parece vislumbrar un signo de dólar.
Algo parecido debe pasarle a los profesores en la educación pública, quienes batallan con aulas de hasta 45 estudiantes. Estos, tal vez no gozarán de la plata fácil de papi y mami, o del celular regalado, o la última compu, pero muchos ya han encontrado otros medios para conseguirlos, ya sea trabajando (lo cual no debería ser), o, en el peor de los casos, robando (de lo cual no se excluyen los de clases altas tampoco).
Sin embargo, el centro educativo que no ofrezca cursos avanzados para la universidad, se queda atrás en la lista de los favoritos. El que no llene académicamente de deberes, trabajos, proyectos, enseñe de todo y más, no es una buena opción para los padres de familia, quienes, enceguecidos por las vitrinas del consumismo, deseamos que nuestros hijos tengan las bolsas llenas de dinero, aunque su corazón esté dormido; posean destrezas tecnológicas mientras la conciencia, esa vieja compañera de camino, desaparece entre chips, recetándole un cómodo «delete».
Mientras tanto, Nancy sigue postrada. Su futuro, hasta hace pocos días prometedor, hoy es incierto. Un alumno bajo su cargo y dirección, uno de esos a quienes todos los profesores conocían por su nombre y apellido, saludaron cada mañana, corrigieron apegados a un reglamento, exigieron de acuerdo con los lineamientos de la institución, ese, planeó su muerte. Fue que le salió mal. Este muchacho, hijo de una familia promedio, de nivel medio-alto, a todas vistas “cuidado”, ese, fue capaz de tomar un arma, guardarla en su bulto, pasearla todo el día por el colegio, de aula en aula, para, después del último recreo, dispararla en la sien de la Directora de su colegio. ¿Cómo va a recuperarse de esta tragedia, física y emocional?
Nuestra juventud vive tiempos aciagos. Estos tiempos son producto histórico. Entonces, leamos correctamente. Entendamos lo que está pasando a través de una lectura efectiva y eficaz de los hechos que se han dado en países a quienes hemos copiado los modelos de desarrollo. Hemos sido lo suficientemente ingenuos como para pensar que copiaremos dichos modelos de forma aislada, pero que las consecuencias serán otras. No. Las consecuencias son similares, por no decir exactas. Hoy nuestros jóvenes, que hasta hace poco vivían en casa hasta el matrimonio, se están yendo cada vez más temprano. Escuché en el bus ayer, a una joven universitaria que comentaba cómo su amiga, a los 17 años, se había ido de la casa, y todas sus interlocutoras lo celebraban abiertamente con palabras como: dichosa, así debe ser, qué rico.
Ahora, nuestros jóvenes se casan menos. Se juntan para ver cómo les va, y eso se celebra. Observo cómo en muchos hogares, de fuerte arraigambre católica, se les deja a los hijos sin bautizo para que ellos “escojan libremente” lo que quieren ser cuando estén grandes. Y esos muchachos, hoy adolescentes, están escogiendo … NADA, quieren ser “nada”. Estos muchachos están en nuestros colegios, son amigos de otros adolescentes, se vuelven “cool”. Todos quieren ser Hanna Montana, vestirse así, vivir así. O ser Lindsay Lohan, hoy presa por manejar borracha. Tener carro a los dieciséis y “volar lejos” (espero que no directo a un precipicio). Se alimentan de programas como “Sweet Sixteen”, donde padres absurdos se parten el alma por regalarles a las hijas una fiesta digna del mejor show de Las Vegas (y así se visten).
Nuestros muchachos están viendo “Madre a los 16”, en un intento disparatado de mostrar las frustraciones que acarrea ser madre a esa edad. Pero, ¿qué están, en última instancia, entendiendo nuestros adolescentes? ¿Que le pasa a mucha gente? ¿Que se puede, y de hecho, se sobrevive a este tipo de situaciones? ¿Que la mayoría de los hombres “huyen” y aún así las criaturas pueden tener una “vida”?, no sé, para mí es una incógnita y creo que ningún adolescente debe ver este tipo de programas sin supervisión y, menos, sin discutirlo con un adulto responsable.
Nuestros estudiantes están viendo (y leyendo) “Sin tetas no hay paraíso”, pero ¿con qué criterio? Siguen telenovelas de adultos, con narcotráfico incluido. Escuchan música que altera al más cuerdo. Ven pornografía bajo nuestras narices. Y, con las cámaras de sus laptop están haciendo desafueros. Por decenas, nuestros jóvenes no se suman a celebraciones religiosas en el colegio, alegando que no son católicos (¿irán a las celebraciones de otras religiones?). No quieren saber nada de valores y los adultos no sabemos cómo abordarlos. ¿Será que a muchos les parecen también aburridos? ¿Será que muchos tienen miedo o están inseguros? ¿Será que los programas de muchos adultos, padres y profesores, son Sex and the city, Desperate Housewives, Los caballeros las prefieren brutas, America’s Next Top Model, 30 rock, o algo por el estilo?
La condición de Nancy, desde su cama de hospital, desde cuidados intensivos, nos lanzó una advertencia para que despertemos, y es algo que debe estar en las agendas de cada colegio, de cada profesor, al regreso a clases.
Con enorme pesar, tengo que agregar a esta estrada, que hoy, 11 de julio, Nancy murió. Gracias a Dios, creo adivinar que nunca supo qué le pasó, seguramente, solo sintió que una luz se apagaba, sin pasar por la cruel conciencia de que uno de aquellos a quienes amó, uno de aquellos por los cuales decidió apostar su vida profesional, en un acto infame, le puso fin a sus sueños y a sus proyectos.
Descanse en paz esta educadora, porque a nosotros, los que seguimos en esta lucha, nos tocará no dejar de creer, seguir amando nuestra labor y a nuestros estudiantes, sin temor, como sin duda ella nos hubiera aconsejado.
Adiós, Nancy, jamás te olvidaremos.