El reto de los profesores de lengua
Como filóloga, una de las iniciales experiencias que tuve a la hora de corregir aquellos primeros artículos y tesis, consistió en enfrentar a sus autores, quienes la mayoría de las veces no comprendían el por qué de mis correcciones. Ellos se mostraban disgustados, y hasta ofendidos, de que sus escritos no estuvieran perfectos. De hecho, algunas veces pensé que me pagaban por escuchar tal cosa. Esto ocurre porque, por regla general, quien ya culmina un largo proceso académico, está plenamente convencido de su dominio de la lengua. Lo que no comprende la mayoría de las personas es que eso equivale a que yo, por corregir tesis de química, ingeniería civil o fisioterapia, creyera ser ya un profesional en esas áreas.
La cuestión es que, por hablar español y al servirle nuestra lengua como instrumento diario para establecer nexos de todo tipo, el hablante se ve a sí mismo, como un maestro. ¿Para qué estudiar la materia de español por once años si yo ya sé hablarlo desde que tenía uno?
Empecé mi carrera docente siendo profesora de español como segunda lengua, y en ese campo, con estudiantes japoneses, ingleses, alemanes o koreanos, hasta ese momento, pude contemplar, gracias a la perspectiva que tenían esos mismos estudiantes, la grandeza de nuestra lengua. A partir de ese momento, establecí nexos afectivos con su hermosa y riquísima capacidad expresiva, y, con esa impronta, -que no se adquiere en la facultad – pasé a la segunda fase de mi experiencia profesional: convertirme en profesora de español en secundaria.
He andado ya mucho por este camino, y entiendo que mi pasión por nuestro idioma me ha convertido en una profunda estudiosa de la amplia gama de posibilidades que existen para enseñarla. Es quizá esa pasión y ese amor, los que me mueven hoy a escribir.
Debo aclarar, en primera instancia, que mis años de experiencia en la enseñanza, han sido en la educación privada de mi país y por tal razón, mi preocupación nace a raíz del privilegio que se le otorga en ella al dominio de la lengua inglesa, cuya injerencia en nuestra vida diaria es absolutamente innegable.
Hoy veo en aquellas lejanas experiencias, los primeros pasos que me ayudarían para enfrentar luego, como profesora, a mis futuros estudiantes. En primer lugar, y también como madre de niños que estudiaron en escuelas privadas, puedo referirme a los libros de preescolar y a las teachers, ambos maravillosos. Por medio de ellos, el estudiante entra en contacto con las primeras letras, las cuales formarán palabras en inglés (gloria para los padres). También las primeras lecturas serán en inglés. Ni qué decir de las exposiciones, de los carteles en clase, de las propias clases, donde solamente se hablará en inglés. Le siguen a esto los libros de Spelling, Mathematics y Science, todo, hasta tercer grado, será en inglés. Tanto, que cuando se les empieza a dar dichas materias en español, el niño tiene que hacer todo un esfuerzo mental, muy aunténtico, para asimilar los «primeros» contenidos en nuestra lengua. El énfasis en esos primeros años se hará con el objetivo de que el estudiante logre leer, escribir y expresarse oralmente en inglés. Y la sociedad se confabula en hacerle los honores a tal situación, todos nos ufanamos del dominio que alcanzan nuestros hijos en esa lengua extranjera, y casi que nos enojamos con los profesores de español y sus mensajes sobre las faltas de ortografía, llegando incluso a renegar, con pleno convencimiento, de la enemiga número uno de los dictado: la tilde, la cual se cree (por ignorancia) que ya, en este siglo, debiera haber desaparecido.
Una vez en el colegio, los talent shows, los family days, los foros, las discusiones, todo, es en inglés. Los profesores de dicha lengua, campean por las aulas, los pasillos y la sala de profesores, hablando en esa lengua y con ello dejando pensar que dejan a un lado a los colegas «salados» que no les entiendan. Si hay profesores extranjeros, rápidamente comprenderán que no les es necesario aprender ni una palabra en español (lo cual les serviría para interactuar con los profesores de Estudios Sociales , Matemáticas o Español) pues les es suficiente moverse dentro del círculo de los angloparlantes. La categorización está hecha: el inglés gana y el español pierde. Los chicos sacan de la biblioteca libros en inglés, piden los últimos títulos de las publicaciones norteamericanas o inglesas. Se llega incluso a exigir que en los recreos, entre ellos, se hablen en inglés. A los profesores de Literature, Grammar o Drama, también se les prohibe hablarles en español. Carteles, anuncios, comunicados, son en inglés. Algunos estudiantes osados, incluso lanzan sus frases o expresiones en dicho idioma en medio de las clases que son en español, dando por sentado que el profesor de dicha materia no va a entender. El dominio del inglés es motivo de alarde, de orgullo, y si no lo hablas, sos un completo «perdedor».
Sin embargo, desde mi experiencia, puedo asegurar que estas personitas no son más que víctimas del sistema. Como antes dije, creen y pretenden que, con ser hablantes del español (cosa que está por verse) ya no precisan de mayor adiestramiento. Si a eso sumamos la vox populi (incluyendo manejada por padres y por muchos maestros) de que la obra cumbre de nuestra literatura, don Quijote de la Mancha, es el libro más aburridoooooooooo, absurdoooooooo e inoperanteeeeeeeee jamás escrito, creo que ya tenemos más o menos armado el panorama para que a pocos les interese estudiar nuestra lengua y saber algo sobre nuestra literatura y sus orígenes. Como decir, para los estudiantes de instituciones bilingües, TODO pasa en inglés: los últimos libros, las últimas series, las últimas películas, las últimas canciones, las últimas investigaciones, las últimas teorías, TODO está en inglés. Para ellos, se asocia al español, por decir algo,con las telenovelas mexicanas (sin comentarios). En el cine, con películas, cuanto más, de Almodovar , pues los jóvenes no conocen NADA sobre el cine latinoamericano (y, de paso, en ese medio no se te ocurra ni por asomo ir a ver una película doblada, POR FAVOR, es la máxima polada). Libros en español… pueden citar, digamos, ¿la colección de títulos de Paulo Coelho? (pues ignoran que son traducidos).
Ese es, en pocas palabras, el marco dentro del cual yo me he propuesto enseñar a pensar… en español. Con este objetivo, a lo largo de mis años de enseñanza, he intentado, para empezar, algunos ejercicios de traducción con mis estudiantes, y no han sido precisamente un éxito. Evidencian la debilidad en el vocabulario, la dificultad de construir enunciados coherentes y el escaso manejo de los diferentes tipos de cláusulas nuestro idioma. Eso sin hablar de la deficiencia en el uso de los tiempos verbales, las preposiciones, la puntuación y la ortografía. Los muchachos no son nada ciegos, en poco tiempo se dan cuenta de que el español no es fácil y de que les falta camino por andar. Planteo mis propias argumentaciones, y les explico que mi objetivo es enseñarles a pensar, y que, para hacerlo, debemos manejar vocabulario de alto nivel, para lo que me he visto en la necesidad de rescatar la importancia de conocer y manejar principios de retórica. Esta ciencia ligada a la producción del discurso oral por estar enfocado a un auditorio específico, requiere sin embargo el manejo de diferentes métodos de escritura, así como también enfoca las cualidades del orador y su arte en ingenium, ludicium y consilium. Se le enseña al estudiante, por tanto, a pensarse a sí mismo como generador de un discurso, y con ello, a tomar en cuenta a un receptor y la necesidad que tiene este de que se le plantee una alocución coherente. Pero no termina ahí, además, he comprendido la necesidad de estudiar con mis alumnos principios de lógica, los diferentes tipos de falacias (para usarlas y para descifrarlas), la construcción de analogías (y la deconstrucción del sentido que encierran), hasta llegar a los tipos de argumentación, sin dejar de lado el estudio de algunos principios filosóficos ligados al relativismo, el objetivismo, la actitud racional y la mítica, la paradoja y el absurdo, los cuales deben aprender a reconocer, no solo en la convivencia diaria, sino en muchas de las informaciones y actitudes del contexto cultural.
En este sentido, resulta evidente la necesidad de poner en práctica técnicas como la del debate, la cual ayuda a adiestrarlos en la defensa y el ataque de las diferentes argumentaciones, para lo cual he llevado a cabo otras actividades como las de juicios públicos, donde se han decidido posturas sobre temas como la eutanasia o el poder de un libro en la vida de las personas. Esto ha obligado a los estudiantes, no solo a construir sus argumentaciones, sino a organizarse en la búsqueda de «testigos» apropiados o de expertos que les ayuden a sustentar sus propuestas, así como a colaborar con sus compañeros en el respeto a los diferentes papeles que se cumplan dentro de la clase, convertida para entonces en sala de juicio. Se logra, por ende, que el estudiante estructure su pensamiento mediante la elaboración de ideas que lo ayuden a defender su posición con respecto al tema, no solo de manera teórica o planificada, sino también intuitiva y rápida, tal y como se requiere en una situación similar en la vida real.
Como se puede ver en la breve descripción anterior, enseñar a pensar es un proceso meticuloso que se debe planear con tiempo, con una gran apertura de pensamiento y con una dosis importante de rigurosidad. Si se hace de ese modo, los resultados llegan a ser asombrosos, pues si un estudiante maneja las competencias comunicativas de su lengua materna será capaz de producir un pensamiento claro y estructurado y por lo tanto, estará muchísimo mejor capacitado para desenvolverse en otro idioma. Primero debe estar la excelencia en el desempeño lingüístico en su lengua, y después todo lo demás.
Debo añadir la necesidad de dedicar tiempo al estudio de la literatura de manera paralela a lo anterior. Es de suma importancia iniciar el análisis formal del texto, lograr delimitar sus componentes; reconocer la presencia de arquetipos, así como discutir los estereotipos retratados en una obra, comprendiendo a la literatura como un producto social. Tengo que reconocer la innegable necesidad en que me he visto de dar un recorrido por la literatura griega, lo cual he hecho desde Homero (leyendo la Ilíada) hasta la Comedia Nueva, para llegar a la literatura romana, alcanzar la Edad Media, y llegar al Renacimiento español, con la lectura completa del Quijote, lectura que propuse como una reconstrucción de su texto mediante la escritura de un diario. Esta actividad la han llevado a cabo mis estudiantes escribiendo desde la perspectiva del protagonista, o de algún otro de los personajes, ya sea en un blog , o utilizando la plataforma de edu.glogster.com. Con ello, he conseguido que los muchachos, no solo asimilen el texto, sino que lo transformen en una experiencia de vida, y construyan una nueva realidad, desarrollando así su capacidad creativa y, con ello, su pensamiento. Como práctica textual, este ejercicio ha sido valioso, sin embargo, no he olvidado la escritura del texto formal, al cual he llamado texto académico. Con ello, les he reforzado la necesidad de evitar el plagio, de construir citas, de manejar un sistema de referencias bibliográficos como el APA (American Psychological Association), así como de conocer los componentes del registro escrito y las operaciones lógicas involucradas en su psicología.
No voy a obviar el hecho de que nos hemos dejado llevar, innegablemente, por la fuerza de la expresión poética, no solo mediante el estudio de los tropos con sus hipérboles, metonimias, ironías y metáforas, sino con la construcción y discusión de posibles sentidos mediante el análisis de las propuestas del yo lírico. La poesía, para muchos, ha dejado de ser algo innecesario, enredado y difícil, para convertirse en una forma viva de expresión. En este proceso, también he abierto un espacio donde ha tenido su lugar el estudio del lenguaje publicitario, descifrando todo aquello de lo que se nos quiere convencer, y como resultado hemos llegado a producir, por ejemplo, nuestra propia campaña publicitaria en contra de las atemorizantes teorías del fin del mundo, tan de moda últimamente.
Hay muchas sendas que cruzar, y me resulta difícil reconstruir paso a paso lo que hago en mis clases. Les he enseñado a mis alumnos, por ejemplo, la necesidad de respetar las variantes lingüísticas del español en los diferentes países, así como he tratado de que comprendan la razón de ser de los sociolectos y de que reconozcan y valoren la existencia de los diferentes dialectos en nuestro país. Por otra parte, también, he conseguido que entiendan que no hay palabras buenas ni malas, sino contextos dónde se utilizan, o no, determinados términos; cuestión ligada al dominio pragmático-discursivo de la lengua. En el rango del estudio del origen de nuestro idioma, el sustrato ocupado por el latín toma un rango importantísimo en mi propuesta, razón por la cual les enseño a manejar un promedio de 35 latinismos y quince frases latinas de uso común, en el entendido de que dichos usos permanecen vivos en el habla culta, norma que ellos deben dominar. Por supuesto que hemos discutido, también, de manera general, las recientes propuestas de la Real Academia Española de la Lengua en el ámbito gramatical y ortográfico, reconociendo el hecho de que ha habido algunos pocos cambios, pero que la mayor parte de los planteamientos conocidos hasta hoy, prevalecen todavía. Creo que mis estudiantes tienen claro el hecho de que la lengua es algo vivo, cambiante, pero a la vez, estructurado.
Para mí, enseñar español, es, como se puede observar, la más titánica y enbelesante de las labores, sobre todo si se entiende que debe estar íntimamente relacionada con enseñar a pensar. Enseñar a pensar es capacitar al individuo joven en el desarrollo y el desempeño eficaz de sus competencias lingüísticas, hecho que no puede darse si no existe y se construye un amor y una lealtad total hacia la gran estatura de la lengua materna, la cual tienen muy clara, por ejemplo, los alemanes, con Goethe; los ingleses con Shakespeare: los italianos con Dante o los franceses con Montagne, pero que en nuestro pequeño país pareciera irse cada vez más relegando a un muy mal desprotegido lugar, con nuestro Cervantes y su vilipendiado Quijote, a quien se le categoriza con el lugar común de loco, sin comprender toda la riqueza que encierra su propuesta de transgredir lo establecido, negándose, como se negó, a morir disminuido por la superstructura social que deseaba verlo desaparecer sin darle problemas a nadie. Enseñar a pensar es eso, posibilitar la existencia de seres dispuestos a dar la lucha y a enfrentar el mundo de una manera diferente, en su idioma y a viva voz.