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Enseñar español, enseñar a pensar

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El reto de los profesores de lengua

Contra el fin del mundo

Como filóloga, una de las iniciales experiencias que tuve a la hora de corregir aquellos primeros artículos y tesis, consistió en enfrentar a sus autores, quienes la mayoría de las veces no comprendían el por qué de mis correcciones. Ellos se mostraban disgustados, y hasta ofendidos, de que sus escritos no estuvieran perfectos. De hecho, algunas veces pensé que me pagaban por escuchar tal cosa. Esto ocurre porque, por regla general, quien ya culmina un largo proceso académico, está plenamente convencido de su dominio de la lengua. Lo que no comprende la mayoría de las personas es que eso equivale a que yo, por corregir tesis de química, ingeniería civil o fisioterapia, creyera ser ya un profesional en esas áreas.

La cuestión es que, por hablar español y al servirle nuestra lengua como instrumento diario para establecer nexos de todo tipo, el hablante se ve a sí mismo, como un maestro. ¿Para qué estudiar la materia de español por once años si yo ya sé hablarlo desde que tenía uno?

Empecé mi carrera docente siendo profesora de español como segunda lengua, y en ese campo, con estudiantes japoneses, ingleses, alemanes o koreanos, hasta ese momento, pude contemplar, gracias a la perspectiva que tenían esos mismos estudiantes, la grandeza de nuestra lengua. A partir de ese momento, establecí nexos afectivos con su hermosa y riquísima capacidad expresiva, y, con esa impronta, -que no se adquiere en la facultad – pasé a la segunda fase de mi experiencia profesional: convertirme en profesora de español en secundaria.

He andado ya mucho por este camino, y entiendo que mi pasión por nuestro idioma me ha convertido en una profunda estudiosa de la amplia gama de posibilidades que existen para enseñarla. Es quizá esa pasión y ese amor, los que me mueven hoy a escribir.

Debo aclarar, en primera instancia, que mis años de experiencia en la enseñanza, han sido en la educación privada de mi país y por tal razón, mi preocupación nace a raíz del privilegio que se le otorga en ella al dominio de la lengua inglesa, cuya injerencia en nuestra vida diaria es absolutamente innegable.

Hoy veo en aquellas lejanas experiencias, los primeros pasos que me ayudarían para enfrentar luego, como profesora, a mis futuros estudiantes. En primer lugar, y también como madre de niños que estudiaron en escuelas privadas, puedo referirme a los libros de preescolar y a las teachers, ambos maravillosos. Por medio de ellos, el estudiante entra en contacto con las primeras letras, las cuales formarán palabras en inglés (gloria para los padres). También las primeras lecturas serán en inglés. Ni qué decir de las exposiciones, de los carteles en clase, de las propias clases, donde solamente se hablará en inglés. Le siguen a esto los libros de Spelling, Mathematics y Science, todo, hasta tercer grado, será en inglés. Tanto, que cuando se les empieza a dar dichas materias en español, el niño tiene que hacer todo un esfuerzo mental, muy aunténtico, para asimilar los «primeros» contenidos en nuestra lengua. El énfasis en esos primeros años se hará con el objetivo de que el estudiante logre leer, escribir y expresarse oralmente en inglés. Y la sociedad se confabula en hacerle los honores a tal situación, todos nos ufanamos del dominio que alcanzan nuestros hijos en esa lengua extranjera, y casi que nos enojamos con los profesores de español y sus mensajes sobre las faltas de ortografía, llegando incluso a renegar, con pleno convencimiento, de la enemiga número uno de los dictado: la tilde, la cual se cree (por ignorancia) que ya, en este siglo, debiera haber desaparecido.

Una vez en el colegio, los talent shows, los family days, los foros, las discusiones, todo, es en inglés. Los profesores de dicha lengua, campean por las aulas, los pasillos y la sala de profesores, hablando en esa lengua y con ello dejando pensar que dejan a un lado a los colegas «salados» que no les entiendan. Si hay profesores extranjeros, rápidamente comprenderán que no les es necesario aprender ni una palabra en español (lo cual les serviría para interactuar con los profesores de Estudios Sociales , Matemáticas o Español) pues les es suficiente moverse dentro del círculo de los angloparlantes. La categorización está hecha: el inglés gana y el español pierde. Los chicos sacan de la biblioteca libros en inglés, piden los últimos títulos de las publicaciones norteamericanas o inglesas. Se llega incluso a exigir que en los recreos, entre ellos, se hablen en inglés. A los profesores de Literature, Grammar o Drama, también se les prohibe hablarles en español. Carteles, anuncios, comunicados, son en inglés. Algunos estudiantes osados, incluso lanzan sus frases o expresiones en dicho idioma en medio de las clases que son en español, dando por sentado que el profesor de dicha materia no va a entender. El dominio del inglés es motivo de alarde, de orgullo, y si no lo hablas, sos un completo «perdedor».

Sin embargo, desde mi experiencia, puedo asegurar que estas personitas no son más que víctimas del sistema. Como antes dije, creen y pretenden que, con ser hablantes del español (cosa que está por verse) ya no precisan de mayor adiestramiento. Si a eso sumamos la vox populi (incluyendo manejada por padres y por muchos maestros) de que la obra cumbre de nuestra literatura, don Quijote de la Mancha, es el libro más aburridoooooooooo, absurdoooooooo e inoperanteeeeeeeee jamás escrito, creo que ya tenemos más o menos armado el panorama para que a pocos les interese estudiar nuestra lengua y saber algo sobre nuestra literatura y sus orígenes. Como decir, para los estudiantes de instituciones bilingües, TODO pasa en inglés: los últimos libros, las últimas series, las últimas películas, las últimas canciones, las últimas investigaciones, las últimas teorías, TODO está en inglés. Para ellos, se asocia al español, por decir algo,con las telenovelas mexicanas (sin comentarios). En el cine, con películas, cuanto más, de Almodovar , pues los jóvenes no conocen NADA sobre el cine latinoamericano (y, de paso, en ese medio no se te ocurra ni por asomo ir a ver una película doblada, POR FAVOR, es la máxima polada). Libros en español… pueden citar, digamos, ¿la colección de títulos de Paulo Coelho? (pues ignoran que son traducidos).

Ese es, en pocas palabras, el marco dentro del cual yo me he propuesto enseñar a pensar… en español. Con este objetivo, a lo largo de mis años de enseñanza, he intentado, para empezar, algunos ejercicios de traducción con mis estudiantes, y no han sido precisamente un éxito. Evidencian la debilidad en el vocabulario, la dificultad de construir enunciados coherentes y el escaso manejo de los diferentes tipos de cláusulas nuestro idioma. Eso sin hablar de la deficiencia en el uso de los tiempos verbales, las preposiciones, la puntuación y la ortografía. Los muchachos no son nada ciegos, en poco tiempo se dan cuenta de que el español no es fácil y de que les falta camino por andar. Planteo mis propias argumentaciones, y les explico que mi objetivo es enseñarles a pensar, y que, para hacerlo, debemos manejar vocabulario de alto nivel, para lo que me he visto en la necesidad de rescatar la importancia de conocer y manejar principios de retórica. Esta ciencia ligada a la producción del discurso oral por estar enfocado a un auditorio específico, requiere sin embargo el manejo de diferentes métodos de escritura, así como también enfoca las cualidades del orador y su arte en ingenium, ludicium y consilium. Se le enseña al estudiante, por tanto, a pensarse a sí mismo como generador de un discurso, y con ello, a tomar en cuenta a un receptor y la necesidad que tiene este de que se le plantee una alocución coherente. Pero no termina ahí, además, he comprendido la necesidad de estudiar con mis alumnos principios de lógica, los diferentes tipos de falacias (para usarlas y para descifrarlas), la construcción de analogías (y la deconstrucción del sentido que encierran), hasta llegar a los tipos de argumentación, sin dejar de lado el estudio de algunos principios filosóficos ligados al relativismo, el objetivismo, la actitud racional y la mítica, la paradoja y el absurdo, los cuales deben aprender a reconocer, no solo en la convivencia diaria, sino en muchas de las informaciones y actitudes del contexto cultural.

En este sentido, resulta evidente la necesidad de poner en práctica técnicas como la del debate, la cual ayuda a adiestrarlos en la defensa y el ataque de las diferentes argumentaciones, para lo cual he llevado a cabo otras actividades como las de juicios públicos, donde se han decidido posturas sobre temas como la eutanasia o el poder de un libro en la vida de las personas. Esto ha obligado a los estudiantes, no solo a construir sus argumentaciones, sino a organizarse en la búsqueda de «testigos» apropiados o de expertos que les ayuden a sustentar sus propuestas, así como a colaborar con sus compañeros en el respeto a los diferentes papeles que se cumplan dentro de la clase, convertida para entonces en sala de juicio. Se logra, por ende, que el estudiante estructure su pensamiento mediante la elaboración de ideas que lo ayuden a defender su posición con respecto al tema, no solo de manera teórica o planificada, sino también intuitiva y rápida, tal y como se requiere en una situación similar en la vida real.

Como se puede ver en la breve descripción anterior, enseñar a pensar es un proceso meticuloso que se debe planear con tiempo, con una gran apertura de pensamiento y con una dosis importante de rigurosidad. Si se hace de ese modo, los resultados llegan a ser asombrosos, pues si un estudiante maneja las competencias comunicativas de su lengua materna será capaz de producir un pensamiento claro y estructurado y por lo tanto, estará muchísimo mejor capacitado para desenvolverse en otro idioma. Primero debe estar la excelencia en el desempeño lingüístico en su lengua, y después todo lo demás.

Debo añadir la necesidad de dedicar tiempo al estudio de la literatura de manera paralela a lo anterior. Es de suma importancia iniciar el análisis formal del texto, lograr delimitar sus componentes; reconocer la presencia de arquetipos, así como discutir los estereotipos retratados en una obra, comprendiendo a la literatura como un producto social. Tengo que reconocer la innegable necesidad en que me he visto de dar un recorrido por la literatura griega, lo cual he hecho desde Homero (leyendo la Ilíada) hasta la Comedia Nueva, para llegar a la literatura romana, alcanzar la Edad Media, y llegar al Renacimiento español, con la lectura completa del Quijote, lectura que propuse como una reconstrucción de su texto mediante la escritura de un diario. Esta actividad la han llevado a cabo mis estudiantes escribiendo desde la perspectiva del protagonista, o de algún otro de los personajes, ya sea en un blog , o utilizando la plataforma de edu.glogster.com. Con ello, he conseguido que los muchachos, no solo asimilen el texto, sino que lo transformen en una experiencia de vida, y construyan una nueva realidad, desarrollando así su capacidad creativa y, con ello, su pensamiento. Como práctica textual, este ejercicio ha sido valioso, sin embargo, no he olvidado la escritura del texto formal, al cual he llamado texto académico. Con ello, les he reforzado la necesidad de evitar el plagio, de construir citas, de manejar un sistema de referencias bibliográficos como el APA (American Psychological Association), así como de conocer los componentes del registro escrito y las operaciones lógicas involucradas en su psicología.

No voy a obviar el hecho de que nos hemos dejado llevar, innegablemente, por la fuerza de la expresión poética, no solo mediante el estudio de los tropos con sus hipérboles, metonimias, ironías y metáforas, sino con la construcción y discusión de posibles sentidos mediante el análisis de las propuestas del yo lírico. La poesía, para muchos, ha dejado de ser algo innecesario, enredado y difícil, para convertirse en una forma viva de expresión. En este proceso, también he abierto un espacio donde ha tenido su lugar el estudio del lenguaje publicitario, descifrando todo aquello de lo que se nos quiere convencer, y como resultado hemos llegado a producir, por ejemplo, nuestra propia campaña publicitaria en contra de las atemorizantes teorías del fin del mundo, tan de moda últimamente.

Hay muchas sendas que cruzar, y me resulta difícil reconstruir paso a paso lo que hago en mis clases. Les he enseñado a mis alumnos, por ejemplo, la necesidad de respetar las variantes lingüísticas del español en los diferentes países, así como he tratado de que comprendan la razón de ser de los sociolectos y de que reconozcan y valoren la existencia de los diferentes dialectos en nuestro país. Por otra parte, también, he conseguido que entiendan que no hay palabras buenas ni malas, sino contextos dónde se utilizan, o no, determinados términos; cuestión ligada al dominio pragmático-discursivo de la lengua. En el rango del estudio del origen de nuestro idioma, el sustrato ocupado por el latín toma un rango importantísimo en mi propuesta, razón por la cual les enseño a manejar un promedio de 35 latinismos y quince frases latinas de uso común, en el entendido de que dichos usos permanecen vivos en el habla culta, norma que ellos deben dominar. Por supuesto que hemos discutido, también, de manera general, las recientes propuestas de la Real Academia Española de la Lengua en el ámbito gramatical y ortográfico, reconociendo el hecho de que ha habido algunos pocos cambios, pero que la mayor parte de los planteamientos conocidos hasta hoy, prevalecen todavía. Creo que mis estudiantes tienen claro el hecho de que la lengua es algo vivo, cambiante, pero a la vez, estructurado.

Para mí, enseñar español, es, como se puede observar, la más titánica y enbelesante de las labores, sobre todo si se entiende que debe estar íntimamente relacionada con enseñar a pensar. Enseñar a pensar es capacitar al individuo joven en el desarrollo y el desempeño eficaz de sus competencias lingüísticas, hecho que no puede darse si no existe y se construye un amor y una lealtad total hacia la gran estatura de la lengua materna, la cual tienen muy clara, por ejemplo, los alemanes, con Goethe; los ingleses con Shakespeare: los italianos con Dante o los franceses con Montagne, pero que en nuestro pequeño país pareciera irse cada vez más relegando a un muy mal desprotegido lugar, con nuestro Cervantes y su vilipendiado Quijote, a quien se le categoriza con el lugar común de loco, sin comprender toda la riqueza que encierra su propuesta de transgredir lo establecido, negándose, como se negó, a morir disminuido por la superstructura social que deseaba verlo desaparecer sin darle problemas a nadie. Enseñar a pensar es eso, posibilitar la existencia de seres dispuestos a dar la lucha y a enfrentar el mundo de una manera diferente, en su idioma y a viva voz.

Mamita Yunai en las lecturas obligatorias 2011

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¿Nace un mito?

Cuando los costarricenses se dieron cuenta de que Mamita Yunai había sido eliminado de las lecturas obligatorias del MEP, pusieron el grito al cielo y empezaron a moverse.  Un gesto interesante.  Por su lado, el MEP, reaccionó positivamente, y la colocó de nuevo en la lista.  Ambos hechos son muy significativos dentro del contexto histórico actual, pues considero que ambos son absurdos.  Veremos.

De hecho, el pobre señor Ministro se ha cansado de decir que las lecturas son sugeridas.  La lista solamente propone, el profesor dispone. Pero los costarricenses entraron en pánico, reafirmando, una vez más, que no leemos. Nos quedamos en los titulares, no nos tomamos el costo de investigar un poco, sino que nos tragamos ya la materia digerida.   Solo así me puedo explicar un  malestar inmediato frente a una medida fastasma, es más, frente a una lectura que pareciera no haber producido muchos resultados.  ¿Dónde estaban TODOS los estudiantes que, en su momento, leyeron Mamita Yunai, hoy ya mayores de edad, cuando se nos vino encima, por ejemplo, la aprobación del TLC? ¿Dónde estaba toda esa presión opositora, movida y motivada frente a una lectura que denunció hechos muy semejantes que se dieron en la Costa Rica de entonces? ¿Se ha hecho, en realidad, una lectura productiva de una obra profundamente social o, simplemente, se le ha hecho un monumento frío y estático?

Recorramos, sin temor y brevemente, parte de la riqueza semántica de este texto.  En primera instancia, nos enfrentamos a una figura sumamente polémica en el contexto socio-histórico del mundo narrado:  Minor Keith.  Un individuo, visionario y emprendedor, sí, pero que vio, en nuestro territorio, el signo del dólar (¿alguna similitud con la actualidad?).  Keith inició en Costa Rica un emporio bananero, semilla de lo que se conocería con el nombre de Banana Republic, un vergonzante geográfico y fundamento de un  segundo punto de análisis:  los inicios de un énclave de explotación ignominiosa que significó la humillación y muerte de muchos trabajadores, los cuales, hasta hoy, sufren las consecuencias, por ejemplo, del uso indiscriminado de pesticidas que los dejaron estériles.   En tercer lugar, el texto nos muestra la parte más olvidada, la nunca admitida, y nombrada textualmente por Carlos Luis Fallas como la Raza Vencida.  Con esos terribles vocablos se refiere él a nuestra desposeída población indígena, la cual nos retrata manipulada desde una ignorancia que el mismo Estado propició mediante el fraude electoral y pareciera nunca llegar a solventar hasta el presente.  Hasta llegar, finalmente, a la huelga bananera, eje fundamental, germen de todo aquello que hasta ayer fue baluarte y honra de nuestro ser nacional (¡no me atrevo a decir «hasta hoy» y menos, «hasta mañana»).

Particularmente, quisiera llamar la atención sobre el hecho de que, como resultado de huelgas como la del 34, hemos generado  un país de derecho, contamos con un Código de Trabajo y  gozamos de de garantías sociales.  Recordemos que Calderón Guardia, monseñor Sanabria y el Partido Comunista se aliaron en 1940, y pactaron por las garantías sociales.  Se crearon la CCSS y la UCR, instituciones eje de nuestra idiosincracia:  bienestar social y educación.  Eso es parte del legado mismo de Mamita Yunai, esa es la voz que lanza esta obra a nuestro colectivo social: mostrarnos el desamparo y el sufrimiento de una sociedad donde el Estado liberal forma alianzas con las compañías extranjeras y abandona, a la buena de Dios, a sus ciudadanos.  A partir de la constitución de 1940 se convierte en un estado interventor que es el que vigila el bienestar de toda la población y elcual estamos a punto de perder. Esta decisión se tomó hace 70 años e, irrisoriamente, es adonde quiere llegar el gobierno de Obama hoy, ante la destrucción irremediable  del suelo marino en el Golfo de México.   Hechos recientes muestran la manera en que una perforación petrolera irreflexiva y ambiciosa, se llevó a cabo por una  compañía privada sin regulaciones ni restricciones de ningún tipo, más que las dictadas por la avaricia insaciable.

Eso lo comprendieron y vivieron muy bien mis estudiantes de noveno año cuando organizamos un debate basados es en esta obra. Tomando el lugar de los trabajadores bananeros, los indígenas, la United Fruit Company, los capataces y el gobierno, pudieron vivenciar las frustraciones y las falacias que se construyen alrededor de los hechos históricos, aprendiendo que, cuando les toque el turno de protagonizar la historia, habrá que tomar decisiones, y esas decisiones tendrán repercuciones, positivas o no, a corto, mediano o largo plazo.

¿Entonces?  Ni el MEP quitó realmente esta lectura, porque el que deseara seguir leyéndola estaba libre de hacerlo; ni los cientos (no sé si miles) que firmaron por su defensa, han aprendido la lecciones que nos enseña.  ¿Será entonces que va a engrosar la lista de nuestros mitos:  somos los más lindos de Centroamérica.  Somos amantes insignes de la naturaleza, los más conservacionistas, Crucitas incluido.  Somos los más pacíficos del planeta asesinando a medio mundo en carretera bajo la inconciencia de las borracheras. Y, la cereza del pastel, ¿los más patriotas porque leemos Mamita Yunai?

¿Estaremos, como cuerpo docente, preparados para la libertad de pensamiento gestada por don Leonardo Garnier?, y, mi mayor temor, ¿seguirá el estudiantado ciego y mudo frente a la literatura, dominado por una pereza de pensar heredada y ya casi congénita ?

Desmotivación repentina

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O cuando los profesores son amonestados

Resulta que hay reglas, y,  a veces, reglas tardías.  De pronto, en una institución manejada de manera más o menos familiar e informal, se empieza a dar la necesidad de fijar ciertas reglas.  Reglas de puntualidad, por ejemplo.  Es cuando llega el momento de contar los minutos.  Que si llegas un minuto tarde, que si dos, que tienes siete minutos al año para retrasarte, que no puedes dejar el carro mal parqueado para irte a marcar y luego regresar a tu auto, etc.  Empiezan las caras largas, las objeciones; pero bueno, el reglamento sigue su curso porque, a este punto, es inevitable.

Es claro que, los primeros días, todo el mundo inicia la carrera de la puntualidad. Y sucede también, que, con el paso de los meses, las viejas costumbres regresan, y todo el mundo piensa que nada va a pasar «como siempre». Pero la historia no acaba bien.  Sucede que empiezan las amonestaciones, las cartas, las llamadas de atención. ¡Qué congoja!  De pronto, te sale la lista de tus minutos y no encaja dentro de. «no pasa nada».  Están ahí, como fotos de minutos olvidados. Has llegado tarde.  Se te aplica el reglamento.

La verdad, no envidio a los mensajeros que, como los famosos heraldos negros de Vallejo, deben entregar las llamadas da atención.  Todo el mundo se altera, los profesores se sienten agredidos.  Y es que, a partir de estas medidas, se empiezan a dar una serie de razonamientos erróneos.

En primer lugar, no hay una profesión que requiera más trabajo en casa que la de profesor.  Si no estás planeando una clase, estás redactando una prueba, y si no la estás redactando, la estás calificando.  Si tienes la dicha de contar con un poco de tiempo libre, lo pasarás pensando en alguna actividad especial, o, en esta famosa era digital, probablemente estés conectado con tus alumnos contestando dudas, subiendo materiales, o respondiendo mensajes.  Tu tiempo te ha sido robado, ya, desde el primer día de clases.  Tendrás que redactar pruebas especiales, contestar seguimientos, pensar alternativas para los alumnos de adecuación y también, tomarás cuidado de no fallar con alguna duda que te plantearon en clase, pasar las notas y llevar tu registro al día.  No podrás perder ni una sola prueba, o extraviarla.  Mucho menos un trabajo extraclase, de esos que te despiertan los deseos de no haber nacido jamás.

Y todo lo anterior, no tienen nada que ver con tus retrasos de minutos, con tu putualidad en clase, con la entrega de planeamientos o con las actividades que tienes para cuando te vienen a observar la clase.  Son dos cosas aparte si te has quedado varios días dando tutorías, o si has venido a cuidar un baile o un Talent Show.  No hay que confundir los papeles.  Por un lado, eres el profesor, y por el otro el empleado.  Y el empleo de profesor es ese:  cuidar de tus clases, de tus alumnos, de tu psicología y la de 15o mas, no olvidar quién tiene déficit atencional o hiperactividad, quién cumple años, o quién está en la Olimpiada de la Matemática.  Tienes que estar atento a los torneos de futbol, a los ensayos y a los horarios especiales.  Eso no tienen relación con que te atrasaste en la mañana o no.  A las siete de la mañana te esperan tus estudiantes igual que siempre, la regla tiene que cumplirse.

No hay que desmotivarse por eso.  No hay que agregar tensión a lo que ya, por sí mismo, causa tensión.  Esto debido a que no hay un ambiente más sensible a los comentarios negativos que el trabajo y, entre los trabajos, el de profesor.   Porque después de escucharlos, debemos dar la cara a decenas de estudiantes que nos están estudiando eso:  la expresión.  Nos preguntarán qué nos pasa, nos sentiremos presionados, y tal vez, irreflexivamente, les diremos qué nos pasa.  Eso, por otra parte, es un error muy común, porque los estudiantes son adolescentes, y no pueden hacer nada, ni siquiera comprenden lo que es tener un trabajo.  Mucho menos, se puede llegar a desquitarse con ellos y a verlos como los enemigos número uno de nuestra condición de empleados, y ver en ellos unos malagradecidos, despreocupados y totalmente ajenos a nuestra entrega cotidiana.

Ser maestro no es cuestión fácil.  Somos por un lado, psicólogos de lo cotidiano, por otro enfermeros de toda clase de heridas.  Somos empleados, pero somos los que hacemos funcionar el sistema. por eso la sentimos tan de cerca, nos atañe, nos penetra.  Somos abogados de mil causas perdidas, llevamos la economía de las fiestas para las que nunca alcanza el dinero recogido, somos planificadores de un año que, a ratos, trastabilla. Somos animadores de excursiones que, a menudo, no entusiasman a nadie.  Periodistas, alquimistas, agrimensores, activistas, entrenadores, diseñadores, policías, informáticos, repartidores, cocineros, estilistas.  Somos conciliadores, intermediarios, payasos, malabaristas.

Somos el milagro de cada día, cuando, después de llegar furiosamente cansados por no haber podido dormir la noche anterior, alguien, alguno, quizás el menos pensado, nos regala una sonrisa y un buenos días y se nos olvidan todos los dolores, como la madre que dio a luz ayer y hoy se solaza en su hijo.  Quien es profesor es progenitor de medio mundo, da a luz cada día con una nueva idea y no debe detenerse a rumiar sobre una carta que solo nos ha devuelto a nuestra dimensión humana:  nos equivocamos pensando que las miles de horas que dedicamos a nuestras clases, bien podrían borrar una llegada tardía.  Error. Pero es un error que no se debe sobredimensionar tampoco, la vida sigue, toca el timbre y se llenan las aulas. Adelante, no queda otra, que posiblemente esa desmotivación se vaya de manera tan repentina como vino.

Un amor loco…Crazy love

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Una breve nota sobre el Quijote

¿Qué se puede decir de un amor loco o de un loco amor? Hoy, en una de las entradas a su glog, una estudiante añadió la canción Crazy love, de Michael Bublé, la cual me sirvió para recordar mi loco amor por el Quijote, personaje que vivo y revivo por sendas que trazan mis estudiantes a través de la escritura de sus diarios de viaje. Una andanza que no termina, una locura reiniciada. Crazy love, traído a la actualidad, nacido de la fijación y del encanto… solo puedo sentir una honda emoción al saber que este caballero andante puede cabalgar por el siglo XXI sobre la ruta que traza un loco amor. Y yo voy tras él. Quien desee dar un vistazo a una página del diario al que me refiero, que pulse el siguiente link y se deje llevar por su encanto (y no olviden pulsar el botón del audio).

Diario del Quijote, cap. 23 a 26 I Parte

Violencia en el aula

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El iceberg de la violencia

Cada vez crece más la preocupación por la violencia entre los niños y los jóvenes. Tal vez, nadie mejor para testimoniar esto que los profesores, quienes son los  acompañantes por horas y horas de este sector de la población, a veces,  durante más tiempo que los mismos familiares.

Pero, echemos un ojo a los comportamientos habituales en clase o en los recreos:   “¿Necesitas un lápiz?”…  ¡allá te va!, y el proyectil es lanzado inmisericordemente al necesitado, quien, con gran alborozo, trata de atraparlo en el aire. “¿Quién me presta un borrador?”, grita uno desde la otra esquina del aula, “¡Yo!”, ¡y allá te va el otro proyectil, en medio de un estallido general de risas!  “¿Viste? ¡Ganamos el partido!”, y allá te va un buen golpe que hace perder el equilibrio al desafortunado ganador, que, sin pensarlo dos veces lo devuelve… ja,ja,ja, todos celebran los ires y venires de golpes y palabras soeces.  “¿Qué pasa aquí?”, ruge la voz del profesor. “¿Qué estás haciendo, Pedro, por qué estás empujando a Juan?” “No, profe, tranquila, si estamos celebrando el gane.” “Entonces, ¿por qué se están pegando?” “Es que somos muy amigos.” Poco antes, esa profesora u otro docente compañero suyo, ha preguntado en clase:  “¿Por qué le tiras el lápiz a tu compañera, (el borrador, el libro, el tajador) si se lo puedes dar en la mano?” “Tranquilo, profe, es que si me levanto usted me anota.” Risas del emisor y de los espectadores (menos del profesor). En otro momento por ahí, una muchachita le pide ayuda a un compañero, “No entiendo este ejemplo, ¿cómo se hace?”, “No sé, yo tampoco entiendo”, le contesta el  compañero, indiferente. “¡Explíqueme, no se haga el tonto, si veo que ya lo está terminando!”, le reclama la muchacha, quien ya le asestó un golpe en el brazo, el cual le hizo saltar al suelo el lapicero. “¿Qué le pasa? ¿Por qué me tira el lapicero?”, le dice el otro, quien a su vez no pierde la oportunidad de lanzarle una patada a la joven, con toda intención, mientras se agacha a juntar el lapicero. “No me patee.”, le reclama ella, con el ánimo encendido, e impulsivamente, le raya el cuaderno, haciéndole una gran marca al trabajo de él. “¡Eh, vea lo que le hizo a mi cuaderno!”, le dice mientras le arruga la práctica a su compañera y la lanza al suelo. “¿Qué están haciendo ustedes dos?”, interviene ya el profesor, “¿Por qué están jugando con la práctica?” “Es que ella me rayó el cuaderno, profe, vea.” Y le enseña el feo rayonazo. “Yo no fui.”, afirma la agresora, con una linda carita de ángel. “No peleen y sigan trabajando.  De otra manera, mañana no vamos a ver la película.” Todos saltan de sus asientos, “la película” se convierte en ese espacio mágico y maravilloso que suena a “no hacer nada”, el mismo que en la mente del profesor suena “¡Cómo les gusta esa técnica didáctica tan atractiva que es utilizar el cine para los objetivos del aula!” y le ayuda a olvidarse del pequeño incidente entre los muchachos.

La punta del iceberg se ha asomado.  Pero, como exploradores entusiastas, tratemos de averiguar qué hay más adentro, agachémonos de manera que nuestro oído pegue al suelo e intentemos escuchar de qué manera ese iceberg tan quieto e imponente, está vivo y tiene un lenguaje profundo, muy profundo.   Resulta que el profesor, o la profesora, (usemos el género gramatical que no intenta  rozar esas tan actuales  sensibilidades que nos obligan a complicarnos con las y los, ellos y ellas, etc.), alegremente, cual pastor con su rebaño, inicia la proyección de la película mientras sus polluelos se picotean unos a otros por alcanzar el mejor lugar (llámese suelo, silla, mesa, etc.) sin respeto alguno a las mínimas reglas de urbanidad.  En fin, volvamos a la película.  Se inicia:   es la vida un minero.  Las acciones transcurren lentamente, en un juego de claroscuros alucinante, la música (tétrica) invade el salón.  Los personajes, sucios y desarrapados, se mueven en la pantalla reflejando la tragedia de los mineros, absorbidos por la cruel mina y el desalmado capataz, quien los maltrata y no les paga el salario debido.  El profesor está que llora, desfallecido de ver (por enésima vez) aquella impresionante realidad.  ¡Ay, si la cámara enfocara el rincón de atrás, o el de la izquierda, o la segunda fila, donde los estudiantes, hartos algunos de que no se muera nadie y de que no hayan asesinado al capataz a punta de ametralladora, idean sus propias armas y se molestan unos a otros con toda clase de instrumentos punzantes como lápices o reglas, o, ingeniosamente, se han hecho de una hoja en donde dibujan al capataz panzón que yace muerto mientras uno de los mineros se le sienta encima. ¡Qué serie de risitas sofocadas se despiertan por todas partes, mientras el profesor, embebido en la escena donde la madre muere, ya no escucha más que sus pensamientos!  Otros, más sosegados, duermen sin que ya nada los despierte sino el timbre de cambio de lección.  Un par de sesiones dura la película.  Al terminar, el profesor empieza a lanzar preguntas sobre qué les pareció la película, si les gustó, qué les pareció la trama, la realidad terrible de los mineros explotados, etc.  A mí la película no me gustó, dice una chica atrevida. ¿Por qué?  Es que no entendí qué pasaba.  Yo tampoco. Ni yo. ¿Por qué el chiquito trabaja en la mina? La película era aburrida. ¿Por qué los mineros no hacían nada? ¡Yo hubiera explotado todo para que no hubiera mina! ¡Yo también! ¡Pum, plam, puf!  Los ruidos de las explosiones se extienden por el aula, a ver cual suena más fuerte mientras el profesor trata, en vano, de acallarlos. ¿Cómo que no pasa nada? ¿No vieron cómo aquella pobre madre se lanza al hueco desesperada? Y…. Pero profe, ¿por qué tenemos que ver películas tan feas? Profe, es que en esa película de verdad que no pasa nada, dígame una cosa, ¿el capataz al final se muere o no? ¿Por qué no llega el ejército, mata a los malos y salva a los mineros?, culmina brillantemente uno de los más callados.

Lo que pasa es que aquella película, seleccionada con cuidado por el docente, carece de violencia manifiesta, el ingrediente básico de la entretención, pues, al final de cuentas, ¿a quién se le ocurre, a los trece años de edad, que de una película se “aprenda algo”. Así, y por lo tanto, una película que “enseñe” (léase: evidencie, denuncie, muestre problemas sociales o económicos a manera de documental) es un bostezo.  Ya ningún joven quiere aburrirse con espectáculos aleccionadores, lo “mejor” son los filmes donde, todos contra todos, haya persecuciones, matanzas, explosiones, fuegos apocalípticos, carreras, vuelcos espectaculares, miles de balas desperdigadas sin ton ni son, algún histérico que requiera una buena bofetada para recobrar la cordura y, por supuesto, un héroe, un amor, un hijo que se salve, y alguna otra cursilería estereotipada que remueva fibras emocionales. ¡Qué horror!, grita el profesor, ustedes no entienden nada, dos horas gastamos viendo esta película y no entendieron ni pizca.  Es una barbaridad, carecen de sensibilidad, de sentimientos… no pueden entender lo que estaba pasando, algo tan terrible.  Lo que pasa es que ustedes viven en una burbuja, lejos de los verdaderos problemas, ustedes creen que la luna es de queso, ustedes…. ¿Ustedes?  ¿No estará el mismo profesor ejerciendo violencia sobre sus estudiantes agitado por una rabia celestial que lo induce a volcar su furia sobre los ahora asustados muchachos?

¿En dónde empieza y en dónde termina el círculo de la violencia?  Científicos asentados en la Antártida, estudian actualmente la dinámica de icebergs que son tan o más grandes que Europa.  Ellos se dedican a estudiar su comportamiento y, sabiéndose afianzados en un territorio que en realidad se está desplazando, apoyan su oído en el congelado suelo y escuchan, en medio de aquel terrible silencio que puede haber en el continente helado, el sonido que emana del centro de los icebergs.  Sonido que, escuchándolo, adquiere las dimensiones de una queja. Volvamos, entonces, a la escena en donde nos inclinábamos a escuchar esos sonidos del iceberg, el cual, con su inconmensurable masa, murmura, en una clave indescifrable, requiebros lastimeros, reclamos que evidencian nuestro necio empeño de seguir sordos a lo que pasa.  A negarnos a nosotros mismos que somos parte de esta trama que busca violentar a quienes, de otro modo, no conocerían la violencia.  Corre, ensúciate, resbala y cae.  Corrómpete, grita, grita tan alto que nadie sobrepase tus gritos, imponte sobre el resto, hazte sentir, aniquila, ridiculiza, no perdones, ábrete paso, empuja, destruye, no te detengas, no observes, no te deleites frente al silencio, haz ruido, ensordécete con la estridencia de música sin control, embelésate frente a lo grotesco, odia, repudia, alega, enriquécete con lo que puedas, arruina tu inocencia, mancíllala rápido, desecha cuanto puedas, contamina, olvida, sáciate de todo en el menor tiempo posible, no aguantes nada de nadie, si te casas, divórciate, si te divorcias vuélvete a casar, no tengas hijos, y si los tienes, que aprendan a defenderse rápidamente, que corran, se ensucien, se resbalen y caigan, que se corrompan, griten, que griten tan alto que sobrepasen tus gritos, que se impongan sobre ti, que se hagan sentir, que te aniquilen y te ridiculicen, que no te perdonen, que se abran paso, te empujen, te destruyan, que no se detengan, no te observen, no se deleiten frente a tu silencio, ya para entonces debido a tu vejez, que hagan ruido y te ensordezcan, que te muestren todo lo grotesco que han conseguido, que te odien y te repudien, ya para entonces habrán mancillado todo, te habrán desechado, no habrán tenido hijos, y si lo hicieron, que aprendan.

El iceberg, ese que siempre hemos creído mudo, habla, habla y sigue su ruta, se desplaza mar adentro, roto y desquebrajándose.  Ahí está, frente a nuestros ojos, se nos viene encima. ¿Cómo no podemos verlo?

Educar para el estrés

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Con cuatro hijos a la cola, no me es muy difícil decir que tengo experiencia en cuanto a escuelas y colegios se refiere.  Por todos ellos he escuchado una frase que, aún hoy, se sigue repitiendo:  ya sus hijos están grandes y deben aprender a hacer las cosas solos.  Pero tal vez, la que más ha sentido (y resentido) frases como esta, es mi hija menor.  Ella se ha sentado conmigo a razonar de la siguiente manera:  cuando estaba en primer grado, nos decían que ya éramos grandes, que no éramos chiquitos de kindergarden, que teníamos que comportarnos.  Más adelante, en tercero o cuarto, nos decían lo grandes que estábamos ya.  No éramos los chiquitos de primer grado.  En sexto, éramos los mayores de la escuela, se esperaba de nosotros que no fuéramos como los de tercero.  En sétimo, ya estábamos en el colegio, no éramos los pequeñines de sexto grado:  habíamos dejado los años de escuela atrás para convertirnos en colegiales.  En segundo, no éramos ya los más pequeños del colegio, teníamos “experiencia”.  En noveno, ya casi salíamos del colegio, estábamos crecidos, éramos adolescentes que teníamos que comportarnos como grandes ya.  En décimo, bueno, en décimo son prácticamente universitarios, ya tienen que saber cuál carrera van a seguir, deben presentar exámenes y trabajos con calidad universitaria.  Los están preparando para LA VIDA ALLA AFUERA.  Debo decir que mi hija no ha llegado a undécimo, y con ello, terminado su secundaria, pero como profesora de ese nivel sé que los jóvenes del último nivel de secundaria YA ESTÁN en la universidad.  No se desperdicia un instante para hacérselos saber.

Finalmente, mi hija se ríe (por no llorar) preguntando-se y preguntando-me:  “¿Cuándo tuve la edad que tuve?, ¿cuándo fui pequeña o me dejaron ser pequeña, si siempre he sido la más grande?”  Y es que muchas veces los adultos sentimos miedo de que nuestros niños no crezcan, que se queden inmaduros, que no asuman la vida. Nos mortificamos pensando en que serán unos flojos, perezosos… que olvidarán cómo se crece.  Queremos entrenarlos, como decir, hacerlos fuertes para “lo que vendrá”.  Pero “lo que vendrá” puede ser y no ser… puede ser terrible, puede ser fabuloso, puede que llegue y puede que no llegue. Educar para el futuro es un trabajo loable, siempre y cuando no olvidemos el presente.

Queriendo educar, adiestramos.  Vamos favoreciendo adiestramientos “para poder hacer, hacer y… hacer”. Y ¡ay! de quien no haga. Debes hacerlo así, debes presentarte así, debes escribir así, debes pensar así, debes caminar así, contestar así, sentarte así, decidir así, marchar así, solo así vas a lograr las cosas.  Y en la categoría de cosas va todo: familia, casa, carro, club, éxito, fama… porque son cosas con mayúscula. No camines, corre. Vamos, anda, corre que te alcanzan.  No vaya a ser que te detengas a pensar un poquito, o que te extasíes ante un árbol, o que te preguntes por qué pasa esto o aquello, o que se te dificulte un tema, o quieras, por el contrario, ahondar una materia.  Anda, corre, ¿qué esperas?, la vida no se detiene a esperarte.  Mientras tú te quedas rezagado, mirando, analizando, disfrutando un instante, una cierta etapa, pues alguien te pasa por encima y no quieres eso, ¿verdad?, nadie lo quiere.

Quizás por esa y otras razones, educar se convierte en un estrés para todos.  Cumplir programas que no hay quién los cumpla totalmente, cumplir horarios que no alcanzan para los programas; aborrecer actividades que saquen a los estudiantes de clases que más bien faltan; dejar de lado momentos que piden reflexión porque “no hay tiempo”; mandar a consulta con Orientación a algún estudiante que se nos acerca con confianza, pensando que lo conocemos; evadir respuestas de preguntas incómodas porque están “fuera de tema”; buscar ansiosamente el aula de profesores en los recreos para “aislarse”, pasar inadvertidos pequeños incidentes porque no hay tiempo para eso ni me toca a mí; mandar proyectos a la casa que se convierten en verdaderas odiseas familiares, pero los cuales permiten cumplir con los ya mencionados programas que no hay quién los cumpla, para iniciar de nuevo el círculo del corre-corre.

Vivir estresados, enseñando a estresarse.  ¿En primer grado? ¡Olvídate, ya tendrás tiempo para jugar cuando te pensiones! Ahora, ¡a trabajar, que ya no estás en el jardín de infantes!

Español y Matemática: el divorcio mítico

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Cuántas veces no he escuchado, cuando felicito a un estudiante por su buen trabajo, decir: “Ah, es que yo soy bueno en Español, pero en Mate……soy pésimo”, o al contrario, al entregar una nota baja o mala: “Ay, odio el Español, lo mío son las Matemáticas…” En otras ocasiones, hasta en el aula de profesores es materia de discusión. “Yo es que iba malísimo en Español, pero en cambio, era un as en Mate.” Uno que otro se arriesgará a lanzarme la temible pregunta “¿A vos no te pasaba al revés?”

¡ERROR! Me encantaban mis clases de matemática y a uno de los pocos profesores que recuerdo, estando ya en quinto año, es a don Edwin Bogantes, que en paz descanse. Hasta lo llegué a visitar en su casa de Atenas montones de años después de graduarme. Tres, en efecto, eran mis preferidos: don Edwin, don Guillermo (maestro de Música en la escuela) y sor Bernarda (de Español) en el colegio. Y estas son, casualmente y según he podido ir sabiendo con el correr de mi vida, las tres áreas hermanas, tres ninfas hijas de las mismas aguas: Música, Matemática y Español.

Porque para mí, requiere tanto pensamiento lógico ir armando una oración que ir resolviendo una ecuación. Tanto misterio encierra el sentido de una frase, como una fórmula o el sonido de las notas dibujadas en un pentagrama. Tan musical resulta construir una melodía, como ir despejando incógnitas o desentrañando sentidos.

No está divorciado el comprender el planteamiento de un problema en Física o cualquier otra disciplina similar, como poder llegar a dilucidar la validez de una tesis, lo cual nos llevaría, quizás, a descubrir todo un argumento falaz. De igual modo, se puede comparar con la distribución armoniosa o intencionalmente distorsionada de un compás musical. No es el azar lo que actúa en esos casos, no es la iluminación divina o la casualidad. Es algo tan sencillo, como tres hermanas que se juntan a conversar.

No es tampoco extraño encontrarnos con personas que disfrutan el poder conjugar esas tres artes y logran resultados sorprendentes. Tal vez se les pueda tildar como poseedores de una gran genialidad, pero también puede ser que se traduzca en personas sencilla, pero poderosa y simplemente, creativas.

He podido observar que quien es bueno en Mate, como la llamamos familiarmente, se lleva la admiración de todos. Se susurra su nombre en los pasillos, se le envidia o hasta se le odia, pero jamás se le ignora. He notado, por otra parte, que el bueno en Español, ehhhh…., es un raro: escribe (la mayoría de las veces poesía) pero no le gusta que nadie lo lea (es mostrar el alma). A veces es solitario (¡es un observador!) y muchas, un incomprendido o un ser inadvertido por la mayoría. El músico, probablemente, vuelva loco a todo el mundo, tararea por la calle, inventa melodías, le sigue el ritmo a lo que le rodea (literalmente), mas, vive asido a las palabras porque, a menudo, la música le llega con letra y todo. O si no, baste que se las insinúen, para que logre acomodarlas rápidamente: en su cabeza la fórmula es sencilla; la medida, automática.

Pero, he aquí que, muy temprano en la vida, viene la sanción social. No, no, no, no. ¿Sacó mala nota en el examen de Español?, ¡ah!, por supuesto, es que usted es bueno en Matemática. O lo contrario. Yo, en ambos casos, aconsejaría poner a funcionar un dispositivo, bastante oxidado en estos días, llamado voluntad. Primo hermano del interés. Si se trata de un niño con facultades matemáticas, le toca a los mayores agregar una pequeña extra, hasta lograr tener “buena voluntad” y entonces guiar al pupilo hacia las sendas de las palabras. Acción similar con respecto a los números se debería tomar en el otro caso.

Vemos entonces como se van sumando factores y más factores en la consecución del éxito de las nuevas generaciones, herederas de un mundo construido matemáticamente, víctimas de una maquinaria fabricada por las palabras. Pero es sencillo: se trata, cuando mucho, de desmitificar ese divorcio ancestral y poner en evidencia los lazos que unen estas ciencias.

Al final, con mi visión esquemática y un tanto fantasiosa de la realidad, no veo porqué ni los pensadores críticos señores dueños de las palabras tienen que tener ese seño fruncido, o los matemáticos un halo misterioso y distraído, si pueden, dando un paso, llamar rápidamente a la Música. Seguirle el paso a la armonía del mundo no sería entonces, como es, un objetivo tan pesado; ser reflexivo, tan tedioso y ser exacto, tan exigente.