Archivos diarios: enero 19, 2008

Valores en la educación: Educar almas es educar con alma I

Estándar
gato mi daimonion

Muchas veces les he explicado a mis estudiantes la siguiente constante en la literatura: en situaciones de gran conflicto político, religioso, etc., el autor que no opta por el exilio, como intérprete de su momento histórico, se sirve de la fábula para denunciar los hechos que se están dando y, de esta manera, no puede ser acusado por nadie. El problema de tal mecanismo radica en que una gran mayoría de los lectores o de los espectadores no entiende el mensaje y este, por lo tanto, no logra su objetivo primordial, es decir, evidenciar ese algo que, en última instancia, debería promover el cambio.

Tener la oportunidad de observar en pantalla la adaptación de ese recurso en una película como La brújula dorada fue toda una experiencia, pues llevar nuestra alma en forma de daimonion a nuestro lado y que haya una institución encargada de separar a los niños de ella es una imagen extraordinariamente impactante. Eso porque, si fuera así, me pregunté: ¿cuidaríamos más de ella? ¡Cuántas veces no habremos escuchado -o dicho- “se me salió el alma del cuerpo” sin pensar en el significado profundo que encierra!

La magia de la animación nos permite ver en pantalla nuestro pequeño daimonion imaginada por el autor con forma animal, lo cual provocó en mí toda una suerte de preguntas retóricas. ¿Debemos ver materializada nuestra alma para tener una conciencia permanente de ella? ¿Existe en el universo animal nuestro daimonion respectivo, con cuya desaparición nos autodestruimos inexorablemente? ¿A quién y para qué interesa vernos separados de nuestro daimonion? ¿Cuál es la consecuencia real de esa separación? ¿Necesitamos de él para ser y permanecer como libre pensadores?

No sé si Philip Pullman, autor de la trilogía en la cual se basa esta película, llega a resolver estas interrogantes en su libro, pero en un extenso editorial, el periódico del Vaticano lo atacó a aduciendo que el público encontraría en ella solamente “un gran frío”. Bastante obvio si solo se ve la nieve, porque, de otra manera, no hay forma de ver el frío por ninguna parte. Al contrario. Pero acá lo que interesa no es el frío o el calor, sino más bien preguntarse: ¿es ,o mejor, por qué debe ser el Vaticano el único interesado en el mundo católico por el bien o mal “estar” de las almas?

Como educadora, mi respuesta es un rotundo NO DEBE SER. Cualquier persona del mundo que tenga trato con otra, entra, por lo tanto, en contacto con esa otra alma. Llevar al lado y tener que cuidar la propia (según se ve en la propuesta cinematográfica) nos conduciría inexorablemente a llevar al lado y cuidar la del otro. Educar, por tanto, en mi caso, me duplica la responsabilidad. La gran pregunta sería qué creemos tener los profesores al frente en nuestras aulas. Marionetas, objetos, números, contestaría más de un osado. Personas, digo yo. Mas, qué es una persona (desde mi primigenia formación católica) sino la unión o conjunción de alma y cuerpo. Y el alma, ¿el alma qué es? No sé si recuerdo algo así como la parte mía más semejante a Dios, o el soplo divino que me dio vida. Eso es la persona.

Pero no sé cuántos estarían de acuerdo conmigo cuando afirmo que el alma, esa sutil conexión divina, provoca una especial reverencia. Es como si, por sí misma, por su sola presencia dijera: “ cuidado con lo que haces conmigo, porque te lo estás haciendo a ti mismo”. Entonces, ¿por qué no sucede lo mismo cuando tenemos al frente a una persona, cuya fórmula sería “persona = alma + cuerpo”? Me estremezco al pensar en la dualidad alma-cuerpo porque se me hace más fácil enfocar mi esfuerzo diario en conceptos como “inteligencia”, “capacidad”, “conocimiento”, “creatividad”, “producción”, “asimilación”… son más cómodos, más maleables. Me complacen.

Pensar que tengo frente a mí, cada día, una cierta cantidad de almas que me están viendo, que esperan algo de mí, me produce escalofríos. Tendría entonces que pensar…¿pensar en qué? Quizás, se me ocurre, en algo como “crecimiento espiritual”. En gozo. En alegría. En recogimiento. En contemplación. En juego. En armonía. En equilibrio.Y es que no sé por qué, pero “alma” me remite a conceptos como paz, luz, energía, vitalidad.

Cambiaría, para mí, entonces, el enfoque de la enseñanza. Debería, casi por lógica, tener más ratos de esparcimiento (¡quién quiere a todos esos daimonions encerrados hora tras hora en esas temibles habitaciones llamadas aulas!) Debería, por tanto, abrir un espacio para la diversión. Luego buscaría poner orden –nunca debe faltar- pero con cierta…diría yo “benevolencia”. Habría tiempo para hablar y reflexionar. Podríamos, en algún momento, contarnos cosas. Eso abriría espacios para descubrir y descubrirnos. Buscaríamos y encontraríamos verdades para seguir buscando y, probablemente, no habría lugares para absolutos (¿no tiende el alma, por su naturaleza, a lo infinito?) Presiento que habría en todo eso un cierto gozo, que se haría todo con alegría. Antes de descansar, podríamos tendernos y respirar a un ritmo sano… buscaríamos la forma de armonizar nuestros pulsos a un ritmo cósmico –quizá para entonces, se habría descubierto la pulsación de las estrellas- y entonces, dormir sería un lógico descanso a la mano de todos, porque estaríamos, al final del día, satisfechos de haber ido y haber sido una escuela –en su sentido más amplio-.

Así las cosas, mi escalofrío inicial se desvanece. Educar almas, de pronto, se me aparece sencillo y natural. Solo tengo que dejar hacer a mi propia alma y, aquella labor que en un principio me pareció duplicada, en un decir amén se me simplifica. No me preocupa ni siquiera lo de “…te lo haces a ti mismo”, pues para es entonces habré hecho bien. Paz, luz y energía, llegarán a ser visitantes permanentes y queridos. Y finalmente, aquellos rebuscados conceptos cuya enumeración empezaba con “inteligencia”, vendrán cada día de la mano y se sentarán en nuestro círculo de amigos, completamente asimilados al grupo.